La conciencia de aquello que es un lamento. Me acerco a la venta y la calima me saluda, yo la sonrío y no hay nada más allá de la vista para este hormiguero. En estos momentos solo el humo y la gente parecen latir. En los coches respiran su micromundo en frigorífico, hasta en el humo hay vida de oxígeno que deambula (en mi y el espacio).
El celo caliente asciende con el aire y el problema no es si se es capaz o no de volver a empezar. El problema ya es negociar con el ayer para ver qué parte ha de quedarse. Alguien llama y cree que es el momento de dejar de pensar, pero mis dedos son sordos y se resisten no cantar al son de esta máquina risoria.
Sólo descubrir que entre cedros y comediantes, el sol deambula imperecedero y mortal; cada día, con cada noche, con cada gorra, sombrero o gafas lunar. El sol y la conciencia hacen de aquello un lamento.
O al menos, los protagonistas con su exceso.
Hace 12 años
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